Otro día de disfrute en la Alpujarra. Afortunadamente encontré la página de
Sierra & Sol donde se ofrecía una excursión que iba de Lanjarón a Pampaneira y pasaba por
Cáñar y Soportújar. Era una ocasión dorada. La ruta, como nos indicó Teresa,
nuestra guía y gerente de Sierra & Sol, era el GR7, que va desde Tarifa, en Cádiz, hasta Atenas, a las mismas puertas del Partenón.
Nos reunimos en Lanjarón. Aquella mañana
la administración había concedido permiso para quemar el ramón de las podas y
en el ambiente flotaban unas falsas brumas que infundían misterio a la ciudad.
La primera parte del camino es más
empinada pero pronto llegamos a una meseta en donde Teresa nos explicó los
misterios geológicos de Sierra Nevada y la historia del perdido Mar de Tetis. Seguimos superando barrancos.
El
camino en este tramo está muy bien y las vistas sobre el Guadalfeo y la Sierra
de Lújar son espectaculares.
Pronto
llegamos a Cáñar. Rellanamos las cantimploras en su fuente y proseguimos.
El
día estaba diáfano. Las vistas eran cada vez más atractivas
.
Continuamos
camino hacia Soportújar, pero antes tuvimos una experiencia inolvidable. Entre
Cáñar y Soportújar está el Dique 24. Teresa nos explicó que fue un proyecto que
se llevó a cabo durante la segunda República para controlar la erosión del Río
Chico.
En
el Dique 24 el sendero cruza el Río Chico, pero antes, los andarines más
valientes (¡todos chicas, claro!), refrescaron sus pies es sus cristalinas (y
¡gélidas!) aguas. Al final, todos las imitamos.
Poco más adelante llegó el momento de
tomar un bocado, pero ¡cuidado! Para un buen senderista la “comida principal”
es siempre al final, cuando se ha alcanzado la meta. En esa rápida parada
Teresa, la de las mil historias, nos contó la leyenda mágica del mítico pueblo
de Barjas, cuyos habitantes no se morían nunca, ni
necesitaban comer porque absorbían el alimento por los poros de la piel (no
contaré más).
En Soportújar teníamos la opción de tomar
el autobús de regreso a Lanjarón o continuar hasta Pampaneira. Todos elegimos
esta última opción. ¡Vámonos a Pampaneira!
Las vistas no defraudaron.
Pasamos
por algunos cortijos abandonados en donde permanecían, más bellas que nunca,
las flores que un día sembró la abuela. ¡Quién lo iba a imaginar!
Cuando,
de manera inesperada, en un recodo del camino apareció el Barranco del Poqueira
con las cumbres del Mulhacén nevadas, los pueblos blancos, todos dimos un grito
de sorpresa: ¡qué espectáculo!, ¡ahí está Pampaneira!, ¡estábamos llegando!,
¡empiezo a oler a cervecita fresca!
Así
fue, después de una “cuestecita” que impone la entrada al pueblo, llegamos a la
cervecería donde todos nos abrazamos y firmamos para la próxima excursión.
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